Fragmento de El Principito Autor: Antoine De Saint-Exupéry
Entonces apareció el zorro.
-Buenos días -dijo el zorro.
-Buenos días -respondió cortésmente el
principito, que se dio vuelta, pero no vio nada.
-Estoy acá -dijo la voz- bajo el manzano...
-¿Quién eres? -dijo el principito-. Eres muy
lindo...
-Soy un zorro -dijo el zorro.
-Ven a jugar conmigo -le propuso el principito-.
¡Estoy tan triste!...
-No puedo jugar contigo -dijo el zorro-. No estoy
domesticado.
-¡Ah! Perdón -dijo el principito. Pero, después
de reflexionar, agregó:
-¿Qué significa «domesticar»?
-No eres de aquí -dijo el zorro-. ¿Qué buscas?
-Busco a los hombres -dijo el principito-. ¿Qué
significa «domesticar»?
-Los hombres -dijo el zorro- tienen fusiles y
cazan. Es muy molesto. También crían gallinas. Es su único interés. ¿Buscas
gallinas?
No -dijo el principito-. Busco amigos. ¿Qué
significa «domesticar»?
-Es una cosa demasiado olvidada -dijo el zorro-.
Significa «crear lazos».
-¿Crear lazos?
-Sí -dijo el zorro-. Para mí no eres todavía más
que un muchachito semejante a cien mil muchachitos. Y no te necesito. Y tú
tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro semejante a cien mil
zorros. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para
mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo...
-Empiezo a comprender -dijo el principito-. Hay
una flor... Creo que me ha domesticado...
-Es posible -dijo el zorro-. ¡En la Tierra se ve
toda clase de cosas...!
-¡Oh! No es en la Tierra -dijo el principito. El
zorro pareció muy intrigado:
-¿En otro planeta?
-Sí.
-¿Hay cazadores en ese planeta?
-No.
-¡Es interesante eso! ¿Y gallinas?
-No.
-No hay nada perfecto -suspiró el zorro. Pero el
zorro volvió a su idea:
-Mi vida es monótona. Cazo gallinas, los hombres
me cazan. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres se parecen. Me
aburro, pues, un poco. Pero, si me domesticas, mi vida se llenará de sol.
Conoceré un ruido de pasos que será diferente de todos los otros. Los otros
pasos me hacen esconder bajo la tierra. El tuyo me llamará fuera de la
madriguera, como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves, allá, los campos de trigo?
Yo no como pan. Para mí el trigo es inútil. Los campos de trigo no me recuerdan
nada. ¡Es bien triste! Pero tú tienes cabellos color de oro. Cuando me hayas
domesticado, ¡será maravilloso! El trigo dorado será un recuerdo de ti. Y amaré
el ruido del viento en el trigo...
El zorro calló y miró largo tiempo al principito:
-¡Por favor... domestícame! -dijo.
-Bien lo quisiera -respondió el principito-, pero
no tengo mucho tiempo. Tengo que encontrar amigos y conocer muchas cosas.
-Sólo se conocen las cosas que se domestican
-dijo el zorro-. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Compran cosas
hechas a los mercaderes. Pero como no existen mercaderes de amigos, los hombres
ya no tienen amigos. Si quieres un amigo, ¡domestícame!
-¿Qué hay que hacer? -dijo el principito.
-Hay que ser muy paciente -respondió el zorro-.
Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en la hierba. Te miraré de
reojo y no dirás nada. La palabra es fuente de malentendidos Pero, cada día,
podrás sentarte un poco más cerca...
Al día siguiente volvió el principito. -Hubiese
sido mejor venir a la misma hora -dijo el zorro-. Si vienes, por ejemplo, a las
cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres. Cuanto más avance la
hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto;
¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes a cualquier hora, nunca
sabré a qué hora preparar mi corazón... Los ritos son necesarios.
-Es también algo demasiado olvidado -dijo el
zorro-. Es lo que hace que un día sea diferente de los otros días: una hora, de
las otras horas. Entre los cazadores, por ejemplo, hay un rito. El jueves
bailan con las muchachas del pueblo. El jueves es, pues, un día maravilloso.
Voy a pasearme hasta la viña. Si los cazadores no bailaran en día fijo, todos
los días se parecerían y yo no tendría vacaciones.
Así el principito domesticó al zorro. Y cuando se
acercó la hora de la partida:
-¡Ah!... -dijo el zorro-. Voy a llorar.
-Tuya es la culpa -dijo el principito-. No
deseaba hacerte mal pero quisiste que te domesticara...
-Sí-dijo el zorro.
-¡Pero vas a llorar! -dijo el principito.
-Sí-dijo el zorro.
-Entonces, no ganas nada.
-Gano -dijo el zorro-, por el color de trigo.
Luego, agregó:
-Ve y mira nuevamente a las rosas. Comprenderás
que la tuya es única en el mundo. Volverás para decirme adiós y te regalaré un
secreto.
El principito se fue a ver nuevamente a las
rosas:
-No sois en absoluto parecidas a mi rosa: no sois
nada aún -les dijo-. Nadie os ha domesticado y no habéis domesticado a nadie.
Sois como era mi zorro. No era más que un zorro semejante a cien mil otros.
Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo.
Y las rosas se sintieron bien molestas.
-Sois bellas, pero estáis vacías -les dijo
todavía-. No se puede morir por vosotras. Sin duda que un transeúnte común
creerá que mi rosa se os parece. Pero ella sola es más importante que todas
vosotras, puesto que es ella la rosa a quien he regado. Puesto que es ella la
rosa a quien puse bajo un globo. Puesto que es ella la rosa a quien abrigué con
el biombo. Puesto que es ella la rosa cuyas orugas maté (salvo las dos o tres
que se hicieron mariposas). Puesto que es ella la rosa a quien escuché
quejarse, o alabarse, o aun, algunas veces, callarse. Puesto que ella es mi
rosa.
Y volvió hacia el zorro:
-Adiós -dijo.
-Adiós -dijo el zorro-. He aquí mi secreto. Es
muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los
ojos.
-Lo esencial es invisible a los ojos -repitió el
principito, a fin de acordarse.
-El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu
rosa sea tan importante.
-El tiempo que perdí por mi rosa... -dijo el
principito, a fin de acordarse.
-Los hombres han olvidado esta verdad -dijo el
zorro-. Pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has
domesticado. Eres responsable de tu rosa...
-Soy responsable de mi rosa... -repitió el
principito, a fin de acordarse.